miércoles, 21 de abril de 2010

EL PARTENÓN y LE CORBUSIER


Extenderé sobre todo este relato el color ocre rojo; pues tierras están exentas de verdor y parecen de arcilla cocida. Y cascajos negros y grises ondularán monstruosamente sobre inmensas extensiones, únicamente limitadas por rocas erizadas, o rechazadas por la inclinación abrupta de los montes. Y entrarán en las olas de las numerosas calas sin que siquiera el mar ni los años hayan dulcificado su áspera estructura; sus márgenes se deshilan también en los confines de vastas extensiones rojas, áridas, desoladas. Así se ofrecen desde Eleusis hasta Atenas los espectáculos que nos reserva cada paso. El mar siempre presente, lívido bajo el mediodía, flameante al caer el sirve de medida a la elevación de los montes cerrando el horizonte; el paisaje contraído ya no se beneficia más, pues, del espacio infinito que endulzaba las imágenes del Athos.

El Partenón, máquina terrible, tritura y domina. Ver la Acrópolis es un sueño que se acaricia sin imaginar siquiera realizarlo. No sé muy bien por qué esta colina encubre la esencia del pensamiento artístico. Sé medir la perfección de sus templos y reconocer que en ninguna otra parte son tan extraordinarios; y he aceptado desde hace mucho tiempo que aquí esté como el depósito del calibre sagrado, base de toda medida de arte.

Quiero creer que la lógica debe explicar que todo está aquí resuelto según la más insuperable fórmula. Su gigantesca aparición me pasmó. El peristilo de la colina sagrada estaba franqueado, y único y cuadrado, del único trazo de sus bronceados fustes, el Partenón alzaba el entablamento, esa frente de piedra. Nada existía más que el templo y el cielo y la zona de las losas atormentadas por siglos de
depredaciones.

La pared ficticia que constituye la repetición de los canales vivos de los fustes, tomaba la fuerza de una inmensa estructura blindada de acero, y las "gotas" de los mútulos invocaban sus remaches.

El gran golpe ha sido el primero. Admiración, adoración y después anonadamiento. Fue, y ya se me escapa; me deslizo ante las columnas y el entablamento crueles, ya no me gusta ir. Cuando lo veo de lejos es como un cadáver. Se la ternura. Es un arte fatal del que no escapas. Glacial como una verdad inmensa e inmutable. Cuando veo en mi cuaderno de notas un croquis de Estambul, se me calienta otra vez el corazón! ...

[Textos de "El viaje a Oriente"]


De esta parte del relato sobrecoge la expresión, así como los adjetivos tan acertados para describir el lugar y como el edificio se enclava en un paraje tan exquisitamente elegido. Una descripción casi poética, supongo que la equipara a su ideal y muestra del respeto que le tenía a semejante edificio al que denota venerar hasta casi idolatrarlo y elevarlo a la categoría de casa de los dioses griegos. En el ve el sumun de la perfección de escala, modulación, ritmos, materiales. La Acropolis se convierte en una máquina que destroza y ridiculiza al resto de los edificios, los cuales aspiran a parecerse a ella. Ante semejante visión sólo cabe preguntarnos si él consideró a sus creaciones dignos aspirantes a esa perfección que tanto buscaba o fueron meros títeres de la simplicidad de las formas.
Para finalizar, me quedo con la frase que recoge el mismo libro "los fragmentos de la vida de un hombre acaban por ser parte de todos los hombres". Le Corbusier con el paso de los años nos ha hecho participes de sus experiencias y de su visión poética del mismo. En esta época en que nadie tiene tiempo de nada, la tecnología nos embarga y nos controla quizás el pararnos un poco y ver más aya podría ser un buen ejercicio.

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