domingo, 18 de mayo de 2008

Pasión al cubo

“Aún no existe arte revolucionario. Existen elementos de ese arte, signos, tentativas. Ante todo, está el hombre revolucionario a punto de formar la nueva generación a su imagen, el hombre revolucionario que siente cada vez más necesidad de ese arte. ¿Cuánto tiempo se necesitará para que ese arte se manifieste de forma decisiva? Es difícil incluso adivinarlo; se trata de un proceso imponderable y nos vemos obligados a limitar nuestras suposiciones incluso cuando se trata de determinar los lazos de los procesos sociales materiales”.León Trotsky
Quizá la obra más acabada de Juan Luis Díaz sea su crítica de la cultura, pulida, afilada y puntiaguda. Gracias a eso uno se beneficia con su humor inteligente, irreverente y hondo capaz de realizar autopsias fulminantes a cualquier paradigma de la “cultura” burguesa. Tal obra se puede apreciar, casi exclusivamente, cuando se charla con él. Juan Luis Díaz es un arquitecto de ideas y escultor de proyectos que va por la vida diseñando movilizaciones creativas, estructuras conceptuales dinámicas y modelos afectivos firmes sobre terrenos emocionales movedizos. No pide licencias para construir.

Su obra es un compendio de apuestas osadas que, no sin contradicciones, aporta evidencias concretas sobre la urgencia y certeza de que eso llamado “arte, “ciencia” y “filosofía”2 son vértices de un triángulo indivorciable que puede, acaso debe, dar cimiento a la producción creadora toda. Contra lo que piensan y hacen muchos. Por eso la disyuntiva, para algunos, es quererlo u odiarlo. No se trata de un “artista”, se trata de un trabajador que anda viendo la manera de que todo trabajo salte de la cantidad a la calidad y se esmerile bajo la praxis de la exigencia, es decir, más o menos eso que se entiende por “arte”, en una de sus acepciones más generales. Ha diseñado aeropuertos, hospitales, esculturas… realiza serigrafías, fotografías y especialmente conceptos. Profesa una desconfianza mordaz por los “artistas de mercado”, los “intelectuales orgánicos” y los “científicos mercenarios”. Como debe ser.
No son pocos los debates que uno puede ofrecer a Juan Luis Díaz sobre su “ideario” estético, algunas de sus definiciones políticas, sus alianzas y sus pleitos. No son pocas las contradicciones, bajo vigilancia pertinaz, que emergen de ese empeño casi heroico de Juan Luis Díaz por inocular fuerzas creadoras y renovar espacios de acción en esas zonas burocráticas donde ha intervenido algunas veces. No siempre con éxito.
La obra de Juan Luis Díaz, especialmente su obra más profunda, es decir la menos victimada por las necesidades elementales, no es trabajo para “gustar”, “agradar” o “decorar” las casas, las calles ni los parques de los ricos. Su obra parece estar empeñada en “deslumbrar” y hasta en sus trabajos menos exigidos siempre hay una premisa que obliga a mirar la inteligencia y orilla a una apreciación comprometida con las ideas. En el corazón mismo de un manejo preciosista de las formas late una obsesión inexcusable por las ideas, incluso las más abstractas. De ahí, acaso, esa fascinación, no dogmática, de Juan Luis Díaz por la matemática. Como él la entiende.


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“Nosotros reducimos el arte a su más simple expresión, que es el amor”André Bretón.
La obra de Juan Luis Díaz sintetiza sus intereses por todas las esferas de la vida, y eso incluye el cultivo de la tierra, la planificación arquitectónica para la vivienda, los métodos, atrasos y desafíos de la educación, la urgencia por una ciencia apasionada por resolver los problemas cotidianos sin prostituirse y un arte permeable a todo lo mejor del conocimiento sin sectarismos o pedanterías de “genio”. Hay en él una batalla incansable por huir de todo “panfleto” y eclecticismo porque la unidad de su obra viene dada por una percepción activa del mundo y eso le ha costado, a veces, la ruptura con algunos movimientos de su generación.
Por ejemplo, para Juan Luis Díaz la búsqueda de la matemática no es una huida de la realidad sino un encuentro dialéctico con el presente concreto
3. No es ese ejercicio de desconexión progresiva, montado en esos silogismos abstractos a que recurren muchos para terminar hablando de fantasmas. Se trata de una lectura de la materia ayudada con matemáticas y donde el trance estético se hace perturbador gracias a la manera extraordinaria en que le salen las cuentas. Y le salen claras. Ese diálogo de la producción creadora con la matemática debe estructuras completas a su fase de producción onírica. No son pocas las combinaciones y series, matemáticas y geométricas, que Juan Luis Díaz ha encontrado mientras duerme. Se trata, acaso, de una obsesión lógica cuya sinrazón ordena el cuadro de representaciones en tercera dimensión que se desdobla hacia un cubo, como objetivación racional de cierta manera de pensar lo concreto y lo abstracto. Y eso es un placer
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4.

“Una propiedad fundamental del nueve fue enunciada por Avicena de la siguiente manera: "todo número, sea cual fuere, no es sino el número nueve o su múltiplo más un excedente, pues los signos de los números no tienen más que nueve caracteres." Debido a esta propiedad, es factible calcular el excedente o remanente de dividir entre nueve simplemente sumando los dígitos que forman cualquier número. Así, el número 836 se reduciría al 8 (8 + 3 + 6 = 17,1 + 7 = 8). En efecto, 836/9 = 92 y sobran 8. Por su parte, los múltiplos de 9 no tendrían remanente y la suma de sus dígitos es siempre igual a 9. Se puede producir un cuadrado "mágico" sustituyendo con sus excedentes a los números de una tabla pitagórica de multiplicar, como se ilustra a continuación5:
Su obra camina en paralelo con muchas iniciativas exploratorias que con más o menos felicidad pactan encuentros nuevos, o descubren ayuntamientos añejos, entre la matemática y el arte
6. Para Juan Luis Díaz no se trata de un divertimiento ocioso cuyos goces estéticos terminan como una paja de nihilista adorador de su capacidad de fuga sobre el espejo de sus silogismos inútiles, es por el contrario un desafío para explorar la interioridad compleja y dialéctica de la materia al mismo tiempo exterior y universal. Tampoco se trata de reinventar artilugios neo-turísticos para acarrear viajantes a los centros ceremoniales egipcios o mayas y contar mitos o charlatanerías geográficas o numéricas. Se trata de una experiencia hacia el campo del “arte” pero no del arte que se atomiza de las relaciones humanas, sino que busca su ascensión objetiva como una liberación del conocimiento en búsqueda de sus verdades sin dogmas. Es una obra que considera al universo, y por consiguiente al arte, como eje de una pasión humana ancestral, la pasión por la realidad que supera a la humanidad, que la envuelve, que le es matriz, es decir, lo supraindividual que es ante todo necesariamente social.
Los Cubos de Juan Luis Díaz son ejemplo que sintetiza su ser en obra de pasiones multidisciplinarias por la realidad. Pasión unas veces simple y cotidiana, otras abstracta, cruda, desafiante e irritante hasta la desesperación. Esos cubos de Juan Luis, son piezas cuya manufactura ya contiene la problemática de su concepción. Ni su transparencia, ni su exactitud son suficientes y es imposible alcanzar el grado de eteridad objetiva con que el autor quisiera que sus piezas volaran ante los ojos de todos, haciéndose de cierta invisibilidad, para permitir la videncia de las intimidades más concretas, la visión sobre la materia misma, sus tripas, redaños, huesos… aquí y ahora, universal, múltiple, infinita, dinámica… geométrica, mutante, extraordinaria. Una aventura estética sobre la realidad.

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Esa pasión por la realidad vista a través de un cubo (varios cubos) resulta a algunos demasiado insípida, fría, racionalista… acaso porque esos sean sus factores estéticos necesarios, acaso porque el autor se distancie de la promoción de emociones innecesarias… acaso porque estemos tan empalagados de sensiblería gratuita y exagerada que entonces cualquier cosa que invita a inaugurar zonas de placer pensante resulte gélida. En esas latitudes es enmarcada con frecuencia injusta la obra de Juan Luis y no pocas veces se debe a la incapacidad de ver el fuego en las aristas. Incapacidad de testimoniar la pasión ardiente por la razón geométrica que vive, contra todo idealismo, en el interior de las formas creadas por los seres humanos.
En los Cubos de Juan Luis Díaz son visibles las pasiones sociales y se pone de manifiesto, basado en sus abstracciones, la dialéctica entre el individuo y la materia moviéndose vertiginosamente en el cosmos y en el seno mismo de cada cabeza. Evidencia de las grandes categorías materialistas. Es lo que le caracteriza. El esfuerzo humano por liberarse de nebulosas místicas para intervenir sobre la realidad, la sociedad y sobre sí mismo. Lucha antigua con el arma de los números.
En todo caso se trata de la única ruta segura que estas formas de arte poseen para no ser derrotadas por un misticismo neoplatónico ni un esoterismo new age. Este arte deberá ser ateo o será nada, deberá negarse al eclecticismo o será una payasada infernal, deberá negarse a sucumbir a los pies del empirocriticismo o terminará siendo un circo de evasiones dedicado a contemplar las maravillas de la “lógica matemática” en ausencia de la realidad. Sería una especia de lirismo del logos que ama con fuerza a los antiguos filósofos y a todas las formas, por las formas mismas, que han surgido en el curso del desarrollo del espíritu racionalista. Atomismo puro.
En los trabajos arquitectónicos de Juan Luis Díaz ocurre lo mismo que en sus esculturas, uno se siente atraído por la simplicidad aparente de las formas y por el uso extremadamente racional que da a la materia, racionalidad fantástica y fantasía razonada, para hacer de cada obra también un juego de construcción que sirve a fines racionales y por eso a una belleza artística cuyos mecanismos producen la rotación del pensamiento que también es parte de toda construcción. Para Juan Luis Díaz la escultura debe abandonar cuanto la haga esclava de los “patios traseros”, los jardines, los cementerios o los museos. Debe comprometerse con la arquitectura en una síntesis más elevada. “No hay duda de que en el futuro, y sobre todo en un futuro lejano, tareas monumentales como la planificación nueva de las ciudades-jardín, de las casas-modelo, de las vías férreas, de los puertos, interesarán además de a los arquitectos y a los ingenieros, a amplias masas populares. En lugar del hacinamiento, a la manera de los hormigueros, de barrios y calles, piedra a piedra y de generación en generación, el arquitecto, con el compás en la mano, construirá ciudades-aldeas inspirándose solamente en el mapa. Estos planos serán sometidos a discusión, se formarán grupos populares a favor y en contra, partidos técnico-arquitectónicos con su agitación, sus pasiones, sus mítines y sus votos. La arquitectura palpitará de nuevo en el hálito de los sentimientos y de los humores de las masas, en un plano más elevado, y la humanidad, educada más “plásticamente”, se acostumbrará a considerar el mundo como una arcilla dúctil, apropiada para ser modelada en formas cada vez más bellas. El muro que separa el arte de la industria será derruido. En lugar de ser ornamental, el gran estilo del futuro será plástico. En este punto los futuristas tienen razón. No hay que hablar por ello de la liquidación del arte, de su eliminación por la técnica”

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Es muy difícil establecer o predecir hasta dónde llegarán las investigaciones Cúbicas de Juan Luis Díaz; si la multiplicidad de dominios que concitan es siquiera susceptible de ser alcanzada y, más difícil, prever hasta dónde podrá desarrollarse la maestría de su técnica y de su exigencia por la calidad en la manufactura. Sus espíritus de escultor y arquitecto son gemelos de un proceso único. Une las artes, las ciencias y la filosofía para una edificación intelectual y práctica desafiante. Hace la vida de cuadritos y pone la inteligencia al cubo con razonamientos nada cuadrados… Rara Avis que nos debe ese libro, su libro, de trámite largo… ya muy largo, compendio de sus pasiones al cubo.
Hace años, la fecha es irrelevante ahora, Juan Luis Díaz, junto a un grupo de intelectuales, docentes, artistas… participó en las Primeras Jornadas de Humanismo Contemporáneo en San Luis Potosí, México. Durante una visita, obligada por la agenda del evento al Templo del Carmen, pieza arquitectónica emblemática de la ciudad, el cronista oficial de turno tomó del brazo, como deferencia, a Juan Luis Díaz y le ofreció, casi individualmente, una explicación exhaustiva e interminable sobre el origen, desarrollo y significado del Templo. Juan Luis con la daga fina de su humor, ateo, irreverente y preciso, recuperó, para todos, la libertad sólo con decirle al académico burócrata, erudito y parlanchín: “es usted una verdadera enciclopedia de la inutilidad” Ahí, por fortuna, terminó el paseo.
Algo de anarquista, algo de renacentista, algo de inclasificable se mueve de manera espiral al interior de una persona magnífica, generosa y honesta. Aunque uno no coincida con él de punta a punta. Sus amigos saben que Juan Luis Díaz tiene la virtud de no mentir. Uno entra a su casa como quien entra a la propia. Lo que hay se ofrece y eso incluye un paisaje arquitectónico interior y exterior, austero y cálido, que pinta de cuerpo entero todo lo que Juan Luis Díaz es, fue y quiere ser. No hay ladrillo que no sea espejo, no hay habitación, ventana, escalera… que no sea autobiográfico. Se ha pasado la vida, literalmente, construyendo su casa. En todos los recuerdos y juegos infantiles de sus hijos hay cemento, arena, grava, tuberías, albañiles… movidos por un frenesí interminable, que a diario inventa puertas, ventanas, espacios nuevos, más grandes, más luminosos más llenos de paisaje… externo e interior. Esa arquitectura cotidiana de Juan Luis Díaz es exactamente la arquitectura de sus procesos creadores. Para muchos, un galimatías refrescante.

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